jueves, 31 de marzo de 2011
In Treatment
Vuelvo a escribir en este sitio, porque el lunes pasado he regresado a terapia. El escribir creo que me sentará bien y hará que aclare mis ideas. (No sé qué tan positivo o recomendable sea el "prepararse" de esta manera para llegar a las sesiones, ya con ideas estructuradas sobre lo que se tratará... aunque tampoco sé si finalmente haga eso con este blog ni con mi terapeuta). Finalmente no tengo a muchas personas para hablar (finalmente le tengo que pagar a alguien para que me escuche, eso debe ser síntoma de algo)
Comenzaré contando mi experiencia anterior en terapias. Cuando era yo un adolescente, de unos 16 o 17 años, la psicóloga del bachillerato al que asistí durante sólo 1 semestre me adoptó como su conejillo de indias. En realidad no era mala, y creo que es la terapia que más me ha funcionado. Su método consistía en platicar, hacer preguntas, en un ambiente totalmente relajado, con velas, cojines y cosas que parecían más sacadas de una tienda esotérica que de un consultorio (o despacho o lo que sea que se supone que deben tener los terapeutas)... Lo que me gustaba mucho de esta terapia era que no se limitaba a preguntar o a escuchar, también cuando ella sentía o se daba cuenta de que yo tenía algún asunto atorado, me ayudaba dándome algún masaje en la espalda o en los brazos. Todo era súmamente cómodo, y con ella logré llorar por primera vez en muchos años (ahora lloro a solas con casi cualquier comercial de televisión que resulte medianamente emotivo)...
Esta terapia fue interrumpida por un hecho lamentable, intenté suicidarme... (Los motivos y las causas de dicho hecho no las compartiré por lo pronto con mis supuestos lectores).
Puesto que este intento de suicidio ocurrió durante el proceso terapéutico que estábamos teniendo, la terapeuta perdió la confianza de mi madre (pues mi mamá creía que la Terapeuta debía haberlo previsto). Entonces, para darme de alta en el hospital, solicitaron una evaluación psiquiátrica como requisito.
A mi cama llegó un tipo grande y bigotón (de esos que tratan de caer bien pero que se ve a leguas que golpean a la esposa o que tratan de quedar bien con los hijos llegando vestido de Santa Claus el 27 de diciembre con aliento alcohólico)
--Tienes algún problema-- Dijo
--No-- Contesté
--Los problemas no son gratuitos-- Dijo cerrando el puño y aproximándolo lentamente hacia mí-- Si yo te golpeo entonces generaremos un problema: toda acción tiene una reacción-- Dijo y se me quedó viendo como si su reflexión, que a mí me parecía más una amenaza, hubiera iluminado en algo a mi mente confundida.
--No quiero hablar más con usted-- Concluí
Él me miró y dijo un par de cosas más que a mí me parecían cada vez más amenazantes, y me negué a contestar sus inútiles preguntas.
Finalmente me dieron de alta bajo la promesa de obtener una evaluación de otro especialista.
Así fue como llegué al consultorio del Doctor Alberto Terrones (Recuerdo muy bien su nombre, porque hay una calle que lleva su nombre en Durango). Me hizo todas las pruebas que siempre salen en las películas y series: Las manchas de tinta, me puso a dibujar a mi familia, a hacer dibujos en general, pruebas psicométricas y platicó conmigo muy poco, sólo me ponía a hacer este tipo de actividades que a mí me parecían bastante divertidas y retadoras. Así pasamos una semana entera de pruebas y más pruebas. Yo no sabía que él había sido sólo contratado para diagnosticarme, y así terminó nuestra relación, un día me mandó llamar junto con mi madre y nos entregó un sobre con el diagnóstico y nos recomendó a un Psiquiatra.
Se suponía que yo no podía ver el resultado, pero lo vi un tiempo después entre las cosas de mi madre. El papel tenía ciertos datos que no recuerdo, pero sí recuerdo puntos clave: 1) Personalidad depresiva, 2) Inteligencia muy superior al promedio, 3) Tendencia a la esquizofrenia... No recuerdo más... Finalmente son los puntos que a mí me parecieron fundamentales cuando me topé con ese papel.
Alberto Terrones nos envió con un Psiquiatra, quien leyó el diagnóstico sin mostrármelo, platicamos muy brevemente, y sacó una tabla con un dibujo de una célula cerebral y me explicó:
-- Las células cerebrales tienen esta forma normalmente, pero las tuyas tienen un hueco, como una pequeña zanja, esa zanja es la que hace que no reacciones de maneras normales ni constantes y que hace que te deprimas. En realidad la depresión le ocurre sólo a las personas que tienen este tipo de huecos. Te voy a recetar unas pastillas que llenan esos huecos, y entonces te sentirás mucho mejor.--
Esa noche me tomé media pastilla de Amitriptilina (Con todo el dolor de mi corazón, yo no había querido tomarme siquiera una aspirina desde que salí del hospital, hasta la fecha evito tomar cualquier clase de medicina en pastillas o cápsulas, sobre todo después de la intoxicación-paro-cardio-respiratorio que tuve POR PASTILLAS en mi intento de suicidio). Esa mitad de pastilla consiguió tumbarme desde las 9 de la noche hasta las 6 de la tarde del día siguiente. Y el rato que estuve en vigilia no pude concentrarme siquiera en un comercial de televisión, no podía leer, no podía seguir el hilo de lo que se trataba un simple comercial de televisión!
Esa noche le llamé al psiquiatra y le dije lo que sucedía, me dijo entonces que me tomara la cuarta parte de la pastilla. Ocurrió exactamente lo mismo.
Fui a una sesión más con él. Su plática iba más en torno a si yo quería en realidad ser mujer (????) Yo le dije que no, que a mí me gustaba ser hombre, que no veía ninguna necesidad de travestirme, después me describió cómo me imaginaba en un atuendo femenino... Así terminó mi relación en ese psiquiatra...
En ese momento consideré que la única terapia que me había funcionado era la de mi primer terapeuta. Así que regresé con ella, y estuve con ella durante un año entero, un año que me sirvió de mucho, me hizo madurar en muchos sentidos, hasta que me sentí lo suficientemente fortalecido como para decirle: ya no te necesito. Y eso fue todo. A partir de ahí comencé a tomar decisiones importantes y me salí de mi rancho y llegué a la capital, con mis cajas de huevo y con un par de guajolotes (como en novela de Carla Estrada).
Ahora, muchos años después de eso, me veo nuevamente en la necesidad de acudir a terapia. Iré devanando las razones en futuras publicaciones.
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2 comentarios:
Quisiera abrazarte entrañablemente fuerte y no soltarte. Hoy iré al DF yo quiero escaparme... ¿Te escapas conmigo?
Veremos...
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