Creo que caímos en un círculo vicioso durante algunas de las anteriores sesiones, entre mi cuestionamiento del método de A y la necesidad de que él confirmara mis teorías. En esta sesión llegué de entrada completamente derrotado.
Llegué y le dije que no sabía absolutamente nada, no tenía ninguna teoría sobre mí mismo.
En una de las sesiones anteriores A me preguntó en un momento que me parecía completamente fuera de contexto: ¿Tú te amas? Yo me sorprendí enormemente, y lo único que pude contestar fue: ¿Y eso qué tiene que ver?
Esa pregunta me ha estado dando vueltas, y por más que le doy vueltas confirma una y otra vez la idea del narcisismo. La única manera en la que encuentro valor en mí mismo es a través de los ojos de los otros.
--Ahora ni siquiera estoy tratando de ser un personaje interesantísimo frente a tí para luego convertirme en el protagonista de tu tesis de doctorado.--
--¿Has tenido esa fantasía?--
--Claro, todo el tiempo. Pero ahora no es así.--
De alguna manera comenzamos a hablar de mi madre, y de mi relación con ella. Esta ha sido la primera vez que lloro abiertamente en una sesión.
Repasé la historia de mí con mi madre. No me gustaría entrar en muchos detalles al respecto en este blog, porque finalmente ella es la dueña de su historia, pero la parte que me atañe se refiere a su alcoholismo. Cuando ella estaba alcoholizada me contaba una y otra vez la terrible historia que vivió con mi padre. Puesto que yo en realidad nunca he tenido una relación con mi padre no me hacía ni odiarlo más, porque no lo odiaba, ni me hacía quererlo menos, porque no lo quería. Cuando ella repasaba cada uno de los episodios en que mi padre la había hecho sufrir ella lloraba. Había días en los que me contaba un episodio completo, había veces en que saltaba de un episodio a otro. Yo llegué a sentir que estaba viendo una serie repetida infinitas veces en la televisión, incluso era capaz de reproducir los diálogos que seguían en la historia, y la misma entonación.
Esas historias fueron repetidas a tal grado que perdieron completamente sentido para mí, y dejé de creer en ellas. También dejé de creer en las lágrimas de mi madre.
Entonces ocurrió la revelación: Mi incapacidad para relacionarme con mi madre sucede porque no creo en lo que me dice. No le creo cuando me dice que entiende lo que le digo, entonces yo sigo pensando que ella no me entiende. No hay comunicación porque no hay fe.
En este momento no tengo ni idea de qué es lo que ocurre en su cabeza, pero ella me parece siempre lejana e inaccesible. Las maneras que tiene de definirse a sí mismas no me parecen correctas, y eso es porque no le creo.
El descubrir esta actitud inconsciente mía me fue muy revelador y probablemente me lleve a redefinir mi relación con ella. Pero lo que me hizo llorar fue un reclamo que tenía yo hacia ella, el hecho de que ella siempre era el centro de atención. Nunca importaron mis logros escolares, nunca importaban las cosas que pasaban por mi cabeza, ni lo que yo pensaba o creía. Todo era sobre ella. Su adicción, sus dolores, sus rencores, sus padeceres. Y eso es lo que ha definido nuestra relación hasta ahora, yo soy un sujeto completamente pasivo sobre el que ella arroja todas sus quejas. No digo que no haya amor de por medio, amor nunca me ha faltado. Lo que no había era atención y eso es justamente lo que me ha llevado a buscar la atención y el reconocimiento por todos los medios.
Al ser la primera vez que solté el llanto en la sesión, tras unos intentos extraños de A por hacerme hablar con una silla, (juego que no fui capaz de seguir porque me pareció de lo más absurdo), muy gentilmente A me agradeció la confianza. Y yo le agradecí su conducción en ese proceso.
Salí con un hueco en el estómago.